En una ciudad como la
de Atenas, el saber leer, escribir y contar era, según parece, lo ordinario
entre los ciudadanos libres. La educación no corría a cargo del Estado, sino
que era privada y hasta mediados de siglo V la enseñanza regular se detenía al nivel
de los rudimentos elementales. En literatura o filosofía, hasta los hombres de
la generación de Pericles o de Sófocles aprendieron cuanto sabían
por preceptos individuales, de sus mayores y de sus contemporáneos, o bien por
su propio esfuerzo.
Vinieron después los
hombres a los que se les llamó “sofistas”, que recorrían las
principales poblaciones ofreciendo la educación en materias retóricas y
filosóficas y en el arte de la política. La educación superior aumentó a
partir de este impulso, aunque siguió
siendo una actividad privada y costosa.
Los libros consistían
en unas hojas de papiro, las cuales se iban pegando unas con otras por sus
extremos para formar rollos que contenían el texto escrito. Al lector de un
rollo de papiro se le facilitaba muy poco su tarea: no había puntuación, no
solía haber separación entre las palabras ni de los capítulos etc. Además, cada
copia tenía que ser escrita a mano, por lo cual es de suponer que nunca podría
contarse con muchas copias de algún libro.
Pero la palabra escrita
no tenía en aquellos entonces una verdadera importancia, los griegos preferían
conversar y oír; su misma arquitectura es la de un pueblo aficionado a la
charla: no sólo los grandes teatros y los edificios de las asambleas lo
demuestran, sino también las características constructivas como la estoa, el
pórtico o el de-ambulatorio Por cada persona que leyese una tragedia había
decenas de miles que la conocían de haber actuado en su representación o de
haberla oído. Esto sucedía también con la poesía lírica, compuesta de ordinario
para ser cantada, inclusive con la prosa, por ejemplo, los filósofos enseñaban
conferenciando y discutiendo, y Platón expresó abiertamente su
desconfianza con respecto a lo ya fijado en los libros:
“a
éstos no se les puede hacer preguntas, por lo cual sus ideas están cerradas a
ulteriores correcciones… además estos hacen que se debilite la memoria”
Platón mismo, pese a
todas sus repugnancias, fue un excelente escritor, y un rasgo característico en
la mayoría de sus obras, es que están hechas en forma de “diálogos”, complicadas discusiones, puestas
en boca de personajes reales. De los demás prosistas del siglo IV, los únicos
cuyos estilos puede compararse un poco con el de Platón fueron Isócrates
y Demóstenes,
que escribían no sólo auténticos discursos, sino además panfletos políticos con
la apariencia de elegantes oraciones. Esta elevación de la oratoria a formas
altamente literarias representa el logro más depurado de la afición de los
griegos a la palabra hablada.
La
poesía
La
cualidad oral de la literatura es, probablemente, parte importante para
explicarse por qué vino con tanto retraso el desarrollo de la prosa. No se
trata sólo de la tardía aparición de la prosa, sino del curioso empleo de la
poesía en los escritos políticos y filosóficos. Uno de los primero ejemplos fue
Solón,
siglos VII-VI, que expresaba sus ideas políticas y éticas en dísticos
elegíacos. Todavía a fines del siglo VI hacía igual Jenófanes, y medio siglo
más tarde les imitaron en esto Empédocles de Acragas y Parménides
de Elea, importantes filósofos presocráticos. Herodoto es, por consiguiente, el
primer griego del que puede afirmarse que fue un gran prosista de elegante
estilo. La poesía conservó su posición dominante hasta los siglos de decadencia
de la civilización griega, bajo el gobierno romano, época en la que unos pocos
prosistas, sobre todo Plutarco y Luciano pusieron florido
broche al estilo narrativo.
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Arquíloco |
La poesía pasó
por una serie de interesantes cambios que reflejan algo de la historia de la
sociedad griega. Si los inicios del período arcaico estuvieron marcados por el
tránsito de la poesía épica a la poesía personalista de un hombre como Arquíloco,
siglo VII; la transición al periodo clásico implicó otro pronunciado camino. En
la Grecia Clásica,
tanto los temas como las ocasiones que los inspiraban dejaron de ser
individuales parea convertirse en comunitarios. La poesía clásica abandonó las
emociones puramente personales y se dio a cultivar los temas sociales,
religiosos y de alta moral.
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Píndaro |
La transición se
percibe con la mayor facilidad en tres hombres que cerraron la época de la
poesía lírica: Simónedes de Ceos, Baquílides y el mayor poeta, Píndaro.
Fueron todos muy fecundos, y sus obras se distribuyen en una amplia gama de
categorías: cantos fúnebres, epigramas, odas epinicias, etc. Ha de advertirse,
en primer lugar, que toda esta poesía se compuso para determinadas ocasiones, y
generalmente por encargo lucrativo.
En segundo lugar, la
religión formaba parte de su contextura misma. El peán, fue originalmente un
himno a Apolo y nunca perdió este carácter, aun cuando pasó a ser un himno a la
victoria y a la paz. Las odas epinicias, surgían al calor de algún
acontecimiento religioso, los juegos de un festival, que celebraban al que en
estos vencía, para lo cual iban relatando complicadísimos mitos, con el tema de
que se tratara, y entrelazándolo con enseñanzas y máximas morales y hasta con
comentarios políticos y sociales.
Tragedia
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Dios Dionisos |
Fue Atenas, la
democrática ciudad-estado por excelencia, la que produjo y patrocinó la
tragedia, forma artística a la que en seguida se concedió el sitio de honor
después de Homero, como preferencia a toda la restante poesía, no sólo
entres lo atenienses, sino entre los griegos en general.
Sus orígenes son
oscuros. La aparición de la poesía lírica es diríase lógica y obvia: la
humanidad ha cantado siempre al celebrar algunos ritos, y un poema lírico era
un cántico que se acompañaba tañendo la lira. Con frecuencia acompañaba a su
vez los movimientos de una danza o farsa y, a veces, se consideraba más propio
que los danzantes llevaran máscaras.
Dionisos
fue el dios en torno al cual giró esta combinación, el dios del vino y del
jolgorio, de los éxtasis y frenesíes y de los ritos orgiásticos. La combinación
de la poesía lírica dionisíaca constituyó la prehistoria de la tragedia. Lo de
que aquella combinación resultó no fue ni danza ritual, ni celebración de las
glorias del dios por un coro, ni una simple e inmediata conjunción de ambas
cosas, sino algo nuevo y diferente, el teatro.
Los griegos dieron con
la idea del teatro, lo mismo que fueron los inventores de otras muchas
instituciones sociales y culturales que luego se incorporaron al patrimonio de
Occidente. Unas escenas y unos actores a través de los cuales el individuo
particular, sin la dirección de sacerdotes ni de otras autoridades, pudiese
examinar en público los destinos humanos y hacer comentarios sobre ellos. Esta
nueva creación era un tanto atrevida y revolucionaria, y su impacto perduró
mucho más que la sociedad que la produjo. La tragedia no era pues un drama
ritual, pero conservaba estrechísimos vínculos con la religión: ante todo, por
su total asociación con los festivales.
Las más de las
tragedias fueron estrenadas durante las Dionisiacas Mayores, que se celebraban
en Atenas al empezar la primavera con más esplendor que las otras tres festividades
con que los atenienses honraban cada año a Dionisos. El primer día estaba
dedicado a una solemne procesión, en el transcurso de la cual se sacrificaba un
toro y se verificaba la colocación oficial de la imagen del dios en el teatro,
y luego había un certamen de odas ditirámbicas a cargo de diez coros. El
segundo día se representaban cinco comedias, y después venía el concurso de
tragedias, que duraba tres días, cada uno de ellos asignado a uno de los
autores concursantes, quienes escribían tres tragedias, las cuales podían
formar entres las tres una trilogía, y una cuarta pieza de género muy distinto,
una grotesca “sátira”.
En el transcurso del
siglo V varios festejos rurales menores iniciaron la práctica de representar de
piezas que habían sido estrenadas en algunas de las primeras Dionisíacas de la
ciudad; pero la primera ocasión conocida en que se repitió la representación,
no tuvo lugar hasta el 386. Los escritores de tragedia, aunque no podían contar
con un gran público de lectores, año tras año iban produciendo nuevas piezas
con la esperanza de aquella representación única, esperanza muy expuesta a
quedarse en ilusoria para muchos de ellos, especialmente para los de menos
renombre, pues la regla era de un solo autor por día.
El más alto funcionario
del Estado, el arconte apónimo, presidía los ceremoniosos actos, y entre sus
obligaciones se incluía la de seleccionar a los autores de tragedias que
habrían de competir. Los nada despreciables costos de la representación eran
cubiertos, en parte, directamente por el tesoro y, en parte, por asignaciones
de las clases más adineradas. Y quienes ganaban el concurso lo decidía el
jurado de cinco jueces, escogidos por complicados procedimientos. Cuando Aristóteles
asegura que de los seis elementos que constituyen la tragedia “el más importante es la combinación de las acciones, pues la tragedia es una
imitación no de los hombres sino de la acción y de la vida”, su análisis
apunta a la necesidad de considerar cada pieza en todo su conjunto.
La ininterrumpida
tensión, los largos y complicados parlamentos y odas llenos de alusiones y de
profecías oraculares, la absoluta concentración en torno a las cuestiones más
fundamentales de la existencia humana, del comportamiento y el destino del
hombre sometido al poder y a la autoridad divina. Era este efecto total lo que
daba a la tragedia su altísima calidad religiosa, por las referencias directas
a oráculos, profecías y dioses; por el empleo del mito como fuente
ordinaria del mismo argumento; por los
muchos pasajes de carácter hímnico que entonaba el coro; por las máscaras, los
atuendos y los pasos de danza que los griegos solían usar también en sus ritos.
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Sófocles |
Los primeros
experimentos o ensayos del siglo VI parecen haber acaecido en Corinto y en
Sición, en el Peloponeso; pero en cuanto los atenienses se interesaron por
aquella novedad, su ulterior proceso estuvo ya del todo en sus manos. Hasta muy
avanzado el siglo IV, sólo en Atenas se representaron con regularidad
tragedias, pero no solo participaban atenienses, los escritores que no eran de Atenas, también
se les permitía participar y, a veces, llegaron a obtener el primer premio. Esquilo,
Sófocles
y Eurípides
dominaron entre los tres el siglo V. Escribieron un total de 300 piezas, de las
cuales han llegado hasta nosotros treinta y dos.
Desde mediados
del siglo IV se hizo habitual la repetición de piezas antiguas, así como la
presentación de las mismas en muchas partes de la Hélade. Pasaron a ser un
rasgo típico de la vida cultural griega las compañías ambulantes de “artistas
dionisíacos”. También se iban haciendo más importantes los edificios de los
teatros, por ejemplo el de Dionisos, que en el siglo V era de rudimentaria
construcción, fue transformado en el siglo IV, en su espléndido anfiteatro de
piedra, equiparable a los de Delfos, Epidauro y otros muchos lugares.
Evidentemente, la
Atenas del siglo V proporcionaba, de un modo u otro, la atmósfera en que este
arte podía florecer. En sus escenas se hallaban alusiones políticas bastante
frecuentes, se salían del terreno del mito para ocuparse de intereses
contemporáneos. Nada había en esto de inconsciente o de inadecuado; la
Dionisiaca Mayor era una celebración comunitaria, la religión un interés de la
polis, y siempre que los dramaturgos tocaban algún aspecto político lo hacían
desde el punto de vista de sus implicaciones morales, no desde el de las
consecuencias prácticas.
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Esquilo |
Las condiciones
requeridas para participar en los festivales imponían a los artistas unas
limitaciones muy definidas en cuanto al empleo de los actores y de los coros,
la elección de los temas y hasta la estructura de las piezas y su lenguaje y metro poéticos. Esquilo introdujo un
“deuteragonista” o segundo actor, avance técnico que fue acaso decisivo para la
creación efectiva de esta forma artística; luego, Sófocles añadió un
tercero. El papel del coro fue disminuyendo gradual paro persistentemente,
hasta que Eurípides lo redujo en muchas de sus obras a poco más que un
interludio musical, se tiene a menudo la impresión de que, de haber sido posible,
habría dado al traste de una vez con toda la convencional estructura
establecida. Aunque él, lo mismo que sus predecesores, logró bucear con
asombrosa amplitud y libertad en los mitos y creencias tradicionales, así como
en los palpitantes problemas que la sociedad iba sacando a la superficie.
Para resumir, después
de la guerra del Peloponeso en el 404, aunque la tragedia siguió siendo durante
mucho tiempo un arte popular, se convirtió rápidamente en un arte secundario y
derivativo.
La
comedia
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Aristófanes |
La publicación, en
1958, de un papiro escrito en el siglo III d.C.
Dio a conocer el texto del El
díscolo o El misántropo, una de
las piezas primerizas y de inferior calidad del poeta ateniense Meandro.
Antes de este descubrimiento, las únicas comedias griegas que poseíamos eran
once en total, escritas por otro ateniense, Aristófanes del siglo V.
Lo mismo que la tragedia, la comedia fue un monopolio ateniense, y sus piezas
se escribían para los concursos de los festivales dionisiacos.
Durante el siglo V, en
la denominada “comedia antigua” los actores vestían atuendos grotescamente
llamativos, eran exuberantes en sus gesticulaciones, vociferaban hasta
enrojecer, hacían obscenidades sin ningún reparo y muy de vez en cuando se
mostraban líricos y serios. Había en la comedia más vestigios de los ritos,
procesiones, máscaras y festejos religiosos que en la tragedia; pero esto era
solo exteriormente, lejos de tener un drama ritual, era fundamentalmente no religiosa
en todos sus aspectos.
Libre de las
canónicas trabas a que debían someterse los poetas trágicos, el comediógrafo
podía servirse de los procedimientos estilísticos que le viniesen mejor, y le
estaba permitido abusar lo mismo de las mismas personalidades que de las ideas,
su voraz apetito de víctimas no
representaba ni a los dioses. Sólo podemos enjuiciar la comedia antiguo por lo
que nos queda de Aristófanes, y en cuanto a juzgar con hondura a este autor no
es fácil hacerlo. Su ingenio y su inventiva no tenían límites, como tampoco la
ferocidad de sus invectivas, y poseía un talento muy agudo. De sus primeras
diez comedias, representadas todas durante la primera mitad de la guerra del
Peloponeso, siete fueron de tema político, llenas de tirones de barbas a los
dirigentes populares, empezando por Pericles, y de ataques a
instituciones, como la del jurado, y a la guerra misma. Aristófanes ganó cuatro
primeros premios, tres segundos, y un tercero durante su carrera, al parecer la
de más éxito de toda la comedia antigua. A pesar de sus auditorios le miraban
de muy distinta manera que como si hubiese sido el reconocido enemigo político
en que suelen convertirle a veces los estudiosos modernos. Ahora bien, el otro
extremo, el de afirmar que allí todo era diversión inocente, sin que se
cometieran o intentaran maliciosas ofensas reducirían la comedia entera a
trivial palabreo, a un reír superficial carente de mensaje. Tampoco hay que
pensar que fue Aristófanes la figura única, aunque consiguió los mayores éxitos
y fue quién más premios ganó, había autores como Cratino y Eupolis.
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Plauto |
Al acabar la
guerra del Peloponeso, se permitió también este género de comedia. La del siglo
IV fue ya desde los comienzos de un tono más tranquilo, menos acosador e
hiriente, de contenido en su conjunto no tan social y político. La “comedia
nueva” cuya figura cumbre es Menandro, se convirtió en una
comedia de costumbres, respetable, sana, tan cerrada casi dentro de estrecho
cánones. Las tramas de Menandro giraban en torno a las hábiles y de ordinario
retorcidas tretas puestas en juego para arrancar a una muchacha de los halagos
de un seductor, o para juntar a dos amantes, o bien en torno a particulares
preocupaciones propias sólo de los esclavos y no de los libres.
La comedia nueva era apropiada
a la época final de la independencia ateniense, cunado la polis luchaba por
sobrevivir, y más apropiada aún a la Atenas políticamente ya muerta del medio
siglo posterior a Alejandro Magno. Y se conservó su popularidad durante mucho
tiempo; bajo los romanos también, entre los cuales se difundió bastante y
estuvo muy en boga gracias a las imitaciones y adaptaciones escritas en latín
por Plauto
y Terencio.
La
prosa
Un gran número de
escritos en Prosa eran de carácter técnico: filosofía, las leyes y la política,
la ciencia y la técnica tuvieron todas ellas su literatura. Esta, salvo en
raras excepciones, interesada solo por su contenido y no como obra artística.
Al principio la única excepción fue la historia y posteriormente la retórica.
Durante mucho tiempo los griegos satisficieron su curiosidad respecto al
pretérito recurriendo a su acervo de mitos y leyendas, que creían haber
sucedido de verdad.
Este interés no era de
tipo histórico en el sentido de que tratasen de averiguar la realidad de lo
sucedido, sino algo muy diferente, garantizar o robustecer la orgullosa
conciencia helénica o regional, la sanción del poder, el significado de las
prácticas culturales, la solidaridad de la comunidad; esto era lo único que
importaba cuando se volvía la vista hacía el pasado.
El origen de la prosa
proviene de la Jonia en el siglo VI a. C., en esta zona se desarrolla la prosa
por las condiciones especiales en la que se encontraban los griegos, estos se
hallaban sometidos a la soberanía de los reyes bárbaros, lo cual, hizo que se
desarrollara entre ellos la curiosidad de averiguar sus orígenes, curiosidad
que no podían satisfacer en este caso los mitos griegos. Como respuesta a
semejante demanda aparecieron libros que daban toda suerte de información, ya
fuese geográfica, describiendo las costumbres políticas y religiosas,
fragmentariamente se estaba desarrollando una historia. Estos escritores
recibían el nombre de logógrafos, esto era toda una
novedad, ya que no se había producido un intento anterior, esto suponía:
- Una
brecha en el etnocentrismo helénico
- Dar
al traste con sus propias tradiciones
“Lo
que aquí escribo es la relación que yo tengo por cierta. Pues las historias que
los griegos refieren con muchas y, en mi opinión, ridículas”. Hecateo de Mileto,
formaba parte de este conjunto de logógrafos, y en estas dos sencillas frases
se representa el primer intento de pasar del mito a la investigación histórica.
|
Heródoto |
A continuación
vino un gran avance, por obra de un solo hombre, natural también de Asia Menor:
Heródoto
de Halicarnaso tuvo la ocurrencia de ampliar las miradas de la
logografía abarcando un área mucho mayor, en la que entrase, por ejemplo, junto
con los lidios y los persas, los escitas y los egipcios; y se propuso además
verificar la masa de datos acumulables, mediante la investigación personal en
los lugares mismos de los sucesos y haciendo un análisis racional de las
informaciones que recogió y recurriendo a los anales de los reyes asirios,
persas y egipcios procuró establecer una cronología exacta. Esto había sido ya
un buen logro, pero en algunos casos fue más allá aun.
Heródoto huyendo de
Halicarnaso por razones políticas, fue a vivir como refugiado primero a Samos y
después a Atenas, parece ser que fue en esta ciudad donde tomó la decisión más
importante de su ida, la de dedicarse a escribir la historia de las guerras
contra los persas. La audacia de tal proyecto es asombros; había pasado casi
una generación desde el final de las guerras, y apenas se disponía de
documentos escritos. Indudablemente se hizo merecedor del titulo de “Padre de
la Historia”.
|
Polibio |
Tucídides
supo ver qué era en realidad lo que Heródoto pretendía; describir las fuentes
de la conducta humana mediante una exposición sistemática de las causas y el
curso de una gran guerra, no como lo hacían los poetas con el libre vuelo de la
imaginación, ni en abstracto como podrían discurrir lo filósofos, sino con
exactitud, atendiendo debidamente a la serie de hechos y a sus conexiones. Y
Tucídides pensó que esto lo haría de mejor manera si se concentraba más en
puntualizar lo verdaderamente sucedido, eliminando el relato, lo “novelesco”.
Este escribió la guerra del Peloponeso, su estilo es con frecuencia duro y
tosco, especialmente en los discursos, y pocas veces elegante, pero abordó un
gran tema con la mayor seriedad en los propósitos y con ferviente moral.
Aunque la historia se
fue popularizando cada vez más y hubo muchos escritores que se dedicaron a
ella, no impidió que decayera incesantemente. La historia degeneró en pedestre
enumeración de sucesos o en vehículo de la propaganda política y recurso a los
sentimientos; el éxito del historiador se medía por su retórica y su pathos,
por su capacidad para entretener, antes que por su sentido y su búsqueda de la
verdad, solo en raras ocasiones sobresalía alguno del momento.
Los más
distinguidos entre estas excepciones, Polibio, que escribía en el siglo II
a.C. y Dión Casio, de comienzo del siglo III d.C., que fueron en
realidad historiadores de Roma más que de Grecia. También hay que mencionar a Diodoro
de Sículo, que compiló una historia del mundo desde los principios de
la cesariana guerra de las Galias. Su basta obra fue llamada Biblioteca de a Historia Universal;
Diodoro no tenía la capacidad suficiente para hacer mucho más que “recortar e
ir pegando”, pero sí que tuvo, en cambio, la visión, rara para su época, de una
humanidad universal.
Hay que decir que la
historia decayó rápidamente por el auge que en la Grecia posterior al siglo V fue
tomando el cultivo de la retórica. Esta era ensalzada con preferencia a la
filosofía y antepuesta en los programas de las escuelas superiores que se
invirtieron en rasgo característico del helenismo y de la Grecia romana.
Información obtenida de: E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional. Alianza Universidad.
Estefanía Arce
Carrión