miércoles, 17 de abril de 2013

La Literatura



En una ciudad como la de Atenas, el saber leer, escribir y contar era, según parece, lo ordinario entre los ciudadanos libres. La educación no corría a cargo del Estado, sino que era privada y hasta mediados de siglo V la enseñanza regular se detenía al nivel de los rudimentos elementales. En literatura o filosofía, hasta los hombres de la generación de Pericles o de Sófocles aprendieron cuanto sabían por preceptos individuales, de sus mayores y de sus contemporáneos, o bien por su propio esfuerzo.

Vinieron después los hombres a los que se les llamó “sofistas”, que recorrían las principales poblaciones ofreciendo la educación en materias retóricas y filosóficas y en el arte de la política. La educación superior aumentó a partir  de este impulso, aunque siguió siendo una actividad privada y costosa.

Los libros consistían en unas hojas de papiro, las cuales se iban pegando unas con otras por sus extremos para formar rollos que contenían el texto escrito. Al lector de un rollo de papiro se le facilitaba muy poco su tarea: no había puntuación, no solía haber separación entre las palabras ni de los capítulos etc. Además, cada copia tenía que ser escrita a mano, por lo cual es de suponer que nunca podría contarse con muchas copias de algún libro.

Pero la palabra escrita no tenía en aquellos entonces una verdadera importancia, los griegos preferían conversar y oír; su misma arquitectura es la de un pueblo aficionado a la charla: no sólo los grandes teatros y los edificios de las asambleas lo demuestran, sino también las características constructivas como la estoa, el pórtico o el de-ambulatorio  Por cada persona que leyese una tragedia había decenas de miles que la conocían de haber actuado en su representación o de haberla oído. Esto sucedía también con la poesía lírica, compuesta de ordinario para ser cantada, inclusive con la prosa, por ejemplo, los filósofos enseñaban conferenciando y discutiendo, y Platón expresó abiertamente su desconfianza con respecto a lo ya fijado en los libros:

“a éstos no se les puede hacer preguntas, por lo cual sus ideas están cerradas a ulteriores correcciones… además estos hacen que se debilite la memoria”

Platón mismo, pese a todas sus repugnancias, fue un excelente escritor, y un rasgo característico en la mayoría de sus obras, es que están hechas en forma de  “diálogos”, complicadas discusiones, puestas en boca de personajes reales. De los demás prosistas del siglo IV, los únicos cuyos estilos puede compararse un poco con el de Platón fueron Isócrates y Demóstenes, que escribían no sólo auténticos discursos, sino además panfletos políticos con la apariencia de elegantes oraciones. Esta elevación de la oratoria a formas altamente literarias representa el logro más depurado de la afición de los griegos a la palabra hablada.

La poesía

La cualidad oral de la literatura es, probablemente, parte importante para explicarse por qué vino con tanto retraso el desarrollo de la prosa. No se trata sólo de la tardía aparición de la prosa, sino del curioso empleo de la poesía en los escritos políticos y filosóficos. Uno de los primero ejemplos fue Solón, siglos VII-VI, que expresaba sus ideas políticas y éticas en dísticos elegíacos. Todavía a fines del siglo VI hacía igual Jenófanes, y medio siglo más tarde les imitaron en esto Empédocles de Acragas y Parménides de Elea, importantes filósofos presocráticos.  Herodoto es, por consiguiente, el primer griego del que puede afirmarse que fue un gran prosista de elegante estilo. La poesía conservó su posición dominante hasta los siglos de decadencia de la civilización griega, bajo el gobierno romano, época en la que unos pocos prosistas, sobre todo Plutarco y Luciano pusieron florido broche al estilo narrativo.

Arquíloco


La poesía pasó por una serie de interesantes cambios que reflejan algo de la historia de la sociedad griega. Si los inicios del período arcaico estuvieron marcados por el tránsito de la poesía épica a la poesía personalista de un hombre como Arquíloco, siglo VII; la transición al periodo clásico implicó otro pronunciado camino. En la Grecia Clásica, tanto los temas como las ocasiones que los inspiraban dejaron de ser individuales parea convertirse en comunitarios. La poesía clásica abandonó las emociones puramente personales y se dio a cultivar los temas sociales, religiosos y de alta moral.



Píndaro
La transición se percibe con la mayor facilidad en tres hombres que cerraron la época de la poesía lírica: Simónedes de Ceos, Baquílides y el mayor poeta, Píndaro. Fueron todos muy fecundos, y sus obras se distribuyen en una amplia gama de categorías: cantos fúnebres, epigramas, odas epinicias, etc. Ha de advertirse, en primer lugar, que toda esta poesía se compuso para determinadas ocasiones, y generalmente por encargo lucrativo.

En segundo lugar, la religión formaba parte de su contextura misma. El peán, fue originalmente un himno a Apolo y nunca perdió este carácter, aun cuando pasó a ser un himno a la victoria y a la paz. Las odas epinicias, surgían al calor de algún acontecimiento religioso, los juegos de un festival, que celebraban al que en estos vencía, para lo cual iban relatando complicadísimos mitos, con el tema de que se tratara, y entrelazándolo con enseñanzas y máximas morales y hasta con comentarios políticos y sociales.

Tragedia

Dios Dionisos
Fue Atenas, la democrática ciudad-estado por excelencia, la que produjo y patrocinó la tragedia, forma artística a la que en seguida se concedió el sitio de honor después de Homero, como preferencia a toda la restante poesía, no sólo entres lo atenienses, sino entre los griegos en general.

Sus orígenes son oscuros. La aparición de la poesía lírica es diríase lógica y obvia: la humanidad ha cantado siempre al celebrar algunos ritos, y un poema lírico era un cántico que se acompañaba tañendo la lira. Con frecuencia acompañaba a su vez los movimientos de una danza o farsa y, a veces, se consideraba más propio que los danzantes llevaran máscaras.

Dionisos fue el dios en torno al cual giró esta combinación, el dios del vino y del jolgorio, de los éxtasis y frenesíes y de los ritos orgiásticos. La combinación de la poesía lírica dionisíaca constituyó la prehistoria de la tragedia. Lo de que aquella combinación resultó no fue ni danza ritual, ni celebración de las glorias del dios por un coro, ni una simple e inmediata conjunción de ambas cosas, sino algo nuevo y diferente, el teatro.

Los griegos dieron con la idea del teatro, lo mismo que fueron los inventores de otras muchas instituciones sociales y culturales que luego se incorporaron al patrimonio de Occidente. Unas escenas y unos actores a través de los cuales el individuo particular, sin la dirección de sacerdotes ni de otras autoridades, pudiese examinar en público los destinos humanos y hacer comentarios sobre ellos. Esta nueva creación era un tanto atrevida y revolucionaria, y su impacto perduró mucho más que la sociedad que la produjo. La tragedia no era pues un drama ritual, pero conservaba estrechísimos vínculos con la religión: ante todo, por su total asociación con los festivales.

Las más de las tragedias fueron estrenadas durante las Dionisiacas Mayores, que se celebraban en Atenas al empezar la primavera con más esplendor que las otras tres festividades con que los atenienses honraban cada año a Dionisos. El primer día estaba dedicado a una solemne procesión, en el transcurso de la cual se sacrificaba un toro y se verificaba la colocación oficial de la imagen del dios en el teatro, y luego había un certamen de odas ditirámbicas a cargo de diez coros. El segundo día se representaban cinco comedias, y después venía el concurso de tragedias, que duraba tres días, cada uno de ellos asignado a uno de los autores concursantes, quienes escribían tres tragedias, las cuales podían formar entres las tres una trilogía, y una cuarta pieza de género muy distinto, una grotesca “sátira”.

En el transcurso del siglo V varios festejos rurales menores iniciaron la práctica de representar de piezas que habían sido estrenadas en algunas de las primeras Dionisíacas de la ciudad; pero la primera ocasión conocida en que se repitió la representación, no tuvo lugar hasta el 386. Los escritores de tragedia, aunque no podían contar con un gran público de lectores, año tras año iban produciendo nuevas piezas con la esperanza de aquella representación única, esperanza muy expuesta a quedarse en ilusoria para muchos de ellos, especialmente para los de menos renombre, pues la regla era de un solo autor por día.

El más alto funcionario del Estado, el arconte apónimo, presidía los ceremoniosos actos, y entre sus obligaciones se incluía la de seleccionar a los autores de tragedias que habrían de competir. Los nada despreciables costos de la representación eran cubiertos, en parte, directamente por el tesoro y, en parte, por asignaciones de las clases más adineradas. Y quienes ganaban el concurso lo decidía el jurado de cinco jueces, escogidos por complicados procedimientos. Cuando Aristóteles asegura que de los seis elementos que constituyen la tragedia “el más importante es la combinación  de las acciones, pues la tragedia es una imitación no de los hombres sino de la acción y de la vida”, su análisis apunta a la necesidad de considerar cada pieza en todo su conjunto.

La ininterrumpida tensión, los largos y complicados parlamentos y odas llenos de alusiones y de profecías oraculares, la absoluta concentración en torno a las cuestiones más fundamentales de la existencia humana, del comportamiento y el destino del hombre sometido al poder y a la autoridad divina. Era este efecto total lo que daba a la tragedia su altísima calidad religiosa, por las referencias directas a oráculos, profecías y dioses; por el empleo del mito como fuente ordinaria  del mismo argumento; por los muchos pasajes de carácter hímnico que entonaba el coro; por las máscaras, los atuendos y los pasos de danza que los griegos solían usar también en sus ritos.

Sófocles
Los primeros experimentos o ensayos del siglo VI parecen haber acaecido en Corinto y en Sición, en el Peloponeso; pero en cuanto los atenienses se interesaron por aquella novedad, su ulterior proceso estuvo ya del todo en sus manos. Hasta muy avanzado el siglo IV, sólo en Atenas se representaron con regularidad tragedias, pero no solo participaban atenienses,  los escritores que no eran de Atenas, también se les permitía participar y, a veces, llegaron a obtener el primer premio. Esquilo, Sófocles y Eurípides dominaron entre los tres el siglo V. Escribieron un total de 300 piezas, de las cuales han llegado hasta nosotros treinta y dos. 

Desde mediados del siglo IV se hizo habitual la repetición de piezas antiguas, así como la presentación de las mismas en muchas partes de la Hélade. Pasaron a ser un rasgo típico de la vida cultural griega las compañías ambulantes de “artistas dionisíacos”. También se iban haciendo más importantes los edificios de los teatros, por ejemplo el de Dionisos, que en el siglo V era de rudimentaria construcción, fue transformado en el siglo IV, en su espléndido anfiteatro de piedra, equiparable a los de Delfos, Epidauro y otros muchos lugares.

Evidentemente, la Atenas del siglo V proporcionaba, de un modo u otro, la atmósfera en que este arte podía florecer. En sus escenas se hallaban alusiones políticas bastante frecuentes, se salían del terreno del mito para ocuparse de intereses contemporáneos. Nada había en esto de inconsciente o de inadecuado; la Dionisiaca Mayor era una celebración comunitaria, la religión un interés de la polis, y siempre que los dramaturgos tocaban algún aspecto político lo hacían desde el punto de vista de sus implicaciones morales, no desde el de las consecuencias prácticas.

Esquilo
Las condiciones requeridas para participar en los festivales imponían a los artistas unas limitaciones muy definidas en cuanto al empleo de los actores y de los coros, la elección de los temas y hasta la estructura de las piezas y su lenguaje  y metro poéticos. Esquilo introdujo un “deuteragonista” o segundo actor, avance técnico que fue acaso decisivo para la creación efectiva de esta forma artística; luego, Sófocles añadió un tercero. El papel del coro fue disminuyendo gradual paro persistentemente, hasta que Eurípides lo redujo en muchas de sus obras a poco más que un interludio musical, se tiene a menudo la impresión de que, de haber sido posible, habría dado al traste de una vez con toda la convencional estructura establecida. Aunque él, lo mismo que sus predecesores, logró bucear con asombrosa amplitud y libertad en los mitos y creencias tradicionales, así como en los palpitantes problemas que la sociedad iba sacando a la superficie.

Para resumir, después de la guerra del Peloponeso en el 404, aunque la tragedia siguió siendo durante mucho tiempo un arte popular, se convirtió rápidamente en un arte secundario y derivativo.

La comedia

Aristófanes
La publicación, en 1958, de un papiro escrito en el siglo III d.C.  Dio a conocer el texto del El díscolo o El misántropo, una de las piezas primerizas y de inferior calidad del poeta ateniense Meandro. Antes de este descubrimiento, las únicas comedias griegas que poseíamos eran once en total, escritas por otro ateniense, Aristófanes del siglo V. Lo mismo que la tragedia, la comedia fue un monopolio ateniense, y sus piezas se escribían para los concursos de los festivales dionisiacos.

Durante el siglo V, en la denominada “comedia antigua” los actores vestían atuendos grotescamente llamativos, eran exuberantes en sus gesticulaciones, vociferaban hasta enrojecer, hacían obscenidades sin ningún reparo y muy de vez en cuando se mostraban líricos y serios. Había en la comedia más vestigios de los ritos, procesiones, máscaras y festejos religiosos que en la tragedia; pero esto era solo exteriormente, lejos de tener un drama ritual, era fundamentalmente no religiosa en todos sus aspectos.

Libre de las canónicas trabas a que debían someterse los poetas trágicos, el comediógrafo podía servirse de los procedimientos estilísticos que le viniesen mejor, y le estaba permitido abusar lo mismo de las mismas personalidades que de las ideas, su voraz  apetito de víctimas no representaba ni a los dioses. Sólo podemos enjuiciar la comedia antiguo por lo que nos queda de Aristófanes, y en cuanto a juzgar con hondura a este autor no es fácil hacerlo. Su ingenio y su inventiva no tenían límites, como tampoco la ferocidad de sus invectivas, y poseía un talento muy agudo. De sus primeras diez comedias, representadas todas durante la primera mitad de la guerra del Peloponeso, siete fueron de tema político, llenas de tirones de barbas a los dirigentes populares, empezando por Pericles, y de ataques a instituciones, como la del jurado, y a la guerra misma. Aristófanes ganó cuatro primeros premios, tres segundos, y un tercero durante su carrera, al parecer la de más éxito de toda la comedia antigua. A pesar de sus auditorios le miraban de muy distinta manera que como si hubiese sido el reconocido enemigo político en que suelen convertirle a veces los estudiosos modernos. Ahora bien, el otro extremo, el de afirmar que allí todo era diversión inocente, sin que se cometieran o intentaran maliciosas ofensas reducirían la comedia entera a trivial palabreo, a un reír superficial carente de mensaje. Tampoco hay que pensar que fue Aristófanes la figura única, aunque consiguió los mayores éxitos y fue quién más premios ganó, había autores como Cratino y Eupolis.

Plauto
Al acabar la guerra del Peloponeso, se permitió también este género de comedia. La del siglo IV fue ya desde los comienzos de un tono más tranquilo, menos acosador e hiriente, de contenido en su conjunto no tan social y político. La “comedia nueva” cuya figura cumbre es Menandro, se convirtió en una comedia de costumbres, respetable, sana, tan cerrada casi dentro de estrecho cánones. Las tramas de Menandro giraban en torno a las hábiles y de ordinario retorcidas tretas puestas en juego para arrancar a una muchacha de los halagos de un seductor, o para juntar a dos amantes, o bien en torno a particulares preocupaciones propias sólo de los esclavos y no de los libres.

La comedia nueva era apropiada a la época final de la independencia ateniense, cunado la polis luchaba por sobrevivir, y más apropiada aún a la Atenas políticamente ya muerta del medio siglo posterior a Alejandro Magno. Y se conservó su popularidad durante mucho tiempo; bajo los romanos también, entre los cuales se difundió bastante y estuvo muy en boga gracias a las imitaciones y adaptaciones escritas en latín por Plauto y Terencio.

La prosa

Un gran número de escritos en Prosa eran de carácter técnico: filosofía, las leyes y la política, la ciencia y la técnica tuvieron todas ellas su literatura. Esta, salvo en raras excepciones, interesada solo por su contenido y no como obra artística. Al principio la única excepción fue la historia y posteriormente la retórica. Durante mucho tiempo los griegos satisficieron su curiosidad respecto al pretérito recurriendo a su acervo de mitos y leyendas, que creían haber sucedido de verdad.

Este interés no era de tipo histórico en el sentido de que tratasen de averiguar la realidad de lo sucedido, sino algo muy diferente, garantizar o robustecer la orgullosa conciencia helénica o regional, la sanción del poder, el significado de las prácticas culturales, la solidaridad de la comunidad; esto era lo único que importaba cuando se volvía la vista hacía el pasado.

El origen de la prosa proviene de la Jonia en el siglo VI a. C., en esta zona se desarrolla la prosa por las condiciones especiales en la que se encontraban los griegos, estos se hallaban sometidos a la soberanía de los reyes bárbaros, lo cual, hizo que se desarrollara entre ellos la curiosidad de averiguar sus orígenes, curiosidad que no podían satisfacer en este caso los mitos griegos. Como respuesta a semejante demanda aparecieron libros que daban toda suerte de información, ya fuese geográfica, describiendo las costumbres políticas y religiosas, fragmentariamente se estaba desarrollando una historia. Estos escritores recibían el nombre de logógrafos, esto era toda una novedad, ya que no se había producido un intento anterior, esto suponía:

  1. Una brecha en el etnocentrismo helénico
  2. Dar al traste con sus propias tradiciones
“Lo que aquí escribo es la relación que yo tengo por cierta. Pues las historias que los griegos refieren con muchas y, en mi opinión, ridículas”. Hecateo de Mileto, formaba parte de este conjunto de logógrafos, y en estas dos sencillas frases se representa el primer intento de pasar del mito a la investigación histórica.

Heródoto
A continuación vino un gran avance, por obra de un solo hombre, natural también de Asia Menor: Heródoto de Halicarnaso tuvo la ocurrencia de ampliar las miradas de la logografía abarcando un área mucho mayor, en la que entrase, por ejemplo, junto con los lidios y los persas, los escitas y los egipcios; y se propuso además verificar la masa de datos acumulables, mediante la investigación personal en los lugares mismos de los sucesos y haciendo un análisis racional de las informaciones que recogió y recurriendo a los anales de los reyes asirios, persas y egipcios procuró establecer una cronología exacta. Esto había sido ya un buen logro, pero en algunos casos fue más allá aun.

Heródoto huyendo de Halicarnaso por razones políticas, fue a vivir como refugiado primero a Samos y después a Atenas, parece ser que fue en esta ciudad donde tomó la decisión más importante de su ida, la de dedicarse a escribir la historia de las guerras contra los persas. La audacia de tal proyecto es asombros; había pasado casi una generación desde el final de las guerras, y apenas se disponía de documentos escritos. Indudablemente se hizo merecedor del titulo de “Padre de la Historia”.

Polibio
Tucídides supo ver qué era en realidad lo que Heródoto pretendía; describir las fuentes de la conducta humana mediante una exposición sistemática de las causas y el curso de una gran guerra, no como lo hacían los poetas con el libre vuelo de la imaginación, ni en abstracto como podrían discurrir lo filósofos, sino con exactitud, atendiendo debidamente a la serie de hechos y a sus conexiones. Y Tucídides pensó que esto lo haría de mejor manera si se concentraba más en puntualizar lo verdaderamente sucedido, eliminando el relato, lo “novelesco”. Este escribió la guerra del Peloponeso, su estilo es con frecuencia duro y tosco, especialmente en los discursos, y pocas veces elegante, pero abordó un gran tema con la mayor seriedad en los propósitos y con ferviente moral.

Aunque la historia se fue popularizando cada vez más y hubo muchos escritores que se dedicaron a ella, no impidió que decayera incesantemente. La historia degeneró en pedestre enumeración de sucesos o en vehículo de la propaganda política y recurso a los sentimientos; el éxito del historiador se medía por su retórica y su pathos, por su capacidad para entretener, antes que por su sentido y su búsqueda de la verdad, solo en raras ocasiones sobresalía alguno del momento.

Los más distinguidos entre estas excepciones, Polibio, que escribía en el siglo II a.C. y Dión Casio, de comienzo del siglo III d.C., que fueron en realidad historiadores de Roma más que de Grecia. También hay que mencionar a Diodoro de Sículo, que compiló una historia del mundo desde los principios de la cesariana guerra de las Galias. Su basta obra fue llamada Biblioteca de a Historia Universal; Diodoro no tenía la capacidad suficiente para hacer mucho más que “recortar e ir pegando”, pero sí que tuvo, en cambio, la visión, rara para su época, de una humanidad universal.

Hay que decir que la historia decayó rápidamente por el auge que en la Grecia posterior al siglo V fue tomando el cultivo de la retórica. Esta era ensalzada con preferencia a la filosofía y antepuesta en los programas de las escuelas superiores que se invirtieron en rasgo característico del helenismo y de la Grecia romana.

Información obtenida de: E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional. Alianza Universidad.

                                                                                                                             Estefanía Arce Carrión

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